Por: Tania Martinez Suárez
«Nació conmigo la muerte.» José Emilio Pacheco
Para hablar es esto espere a que pasara el tiempo y dejaramos día de muertos atrás, cuando ciertas cosas duelen, he aprendido que lo mejor es guardar distancia para verlas bajo la luz de otra perspectiva.
El 1 de noviembre que montaba la ofrenda con mi hija, no pude evitar recordar que, a su edad junto con mi abuela Petra también preguntaba quién era cada una de las personas en las fotos, yo quería que me contará historias de cada uno y que dijera cual era mi relación de parentesco con ellos, aunque el ambiente en casa de mis abuelos era eminentemente festivo, esos dias se se enrarecia, es decir, la tristeza de mi abuela cobraba carácter contagioso y nos sumergía en un ritual nostálgico, yo no conocí ni a la mitad de las personas en esos retablos pero también les extrañaba.
Había un momento que se hacía el silencio, mi abuela rezaba para dentro de sí, y podria versele un poco confundida entre las decenas de veladoras encendidas que contaba y recontaba para asegurarse de no haber olvidado a ningún difunto, ponía siempre algunas de más para los muertos olvidados, porque creía que si no tenían luz en su camino debían encender los dedos de las manos.
La miraba. A veces ella dejaba salir sus lágrimas y entonces me animaba a abrazarla, pero en otras permanecia junto a ella en absoluto silencio, ahora entiendo que al pensar en las hijas que había perdido no habia palabras o llanto que alcanzará para materializar ese sufrimiento.
Pude reconocer en mi hija esa carita de tristeza que no sabe de dónde viene pero siente, yo si hablé, lloré también al encender la vela de cada uno de mis muertos y brindé con un mezcalito por su recuerdo y la oportunidad de volver a homenajearlos. Tuve palabras especiales para mi mamá, mis abuelas, mis abuelos, mis tíos Jaime Locochón», Pedro, Josefina, Celso, para mis primos. Mi cuñado Canek, la mamá y los abuelos de mi esposo. Le confesé a mi amigo Roberto lo mucho que lo extraño, su muerte y la de mi amiga Diana me cimbró de una forma distinta, éramos más o menos de la misma edad, y en el momento que fallecieron era cuando más plenos los miraba, nunca voy a encontrar justicia en sus partidas y que no me haya podido despedir de ninguno por el confinamiento de la pandemia.
Mi hija también prendió la veladora de quien durante muchos la cuidó, también le dijo a «Cayi» cuánto la extrañaba, y le agradecimos todo lo que hizo por nuestra familia. De eso se trata para mi el día de muertos, agradecerles, es mágico creer que vienen, que hay un permiso especial para que las almas se reúnan. Aunque claro está que mucho de ellos nos habita, quizá llevamos su nombre, o tenemos la misma forma de los ojos, el tipo de cabello y el gusto por la misma comida, ellos están en los hechos cotidianos, eso es un consuelo para cuando la tristeza no mengua.