Por: José Antonio Alcaraz Suárez
Saben, por mucho tiempo arrastré recuerdos de personas, experiencias y situaciones que en algún momento tocaron profundamente mi vida y que no acabaron bien, fracasaron o no tuvieron el final esperado. Esos recuerdos pesaron más que si trajera un costal de piedras echado en los hombros.
Soy un hombre lleno de cicatrices: solía mirar, a través del espejo, mi tristeza y fracaso, pues a la vida nunca la supe dominar y su caos me hundió para después emerger, pues me ha tocado vivir de todo: desde la muerte de un hijo, engaños, miedo, abandono, culpa, soledad, depresión, rupturas, despidos y hasta la muerte… sí por unos instantes experimenté ese estado cuando me trasladaban en ambulancia a un hospital tras sufrir un accidente.
Las experiencias malas (incluso las que yo mismo generé) las revivía una y otra vez en mi presente. Se convirtieron en cadenas invisibles que me impidieron, por mucho tiempo, dar los pasos necesarios hacia mi verdadero potencial. Aunque, en algún momento escapé de esos tormentos, la mente me metió en una nueva trampa: la conmiseración.
“Fue tiempo perdido Antonio”, me reproché por mucho tiempo. Sin embargo, hoy también eso se transformó, hoy le hablo a mi ser de otra forma: “no fue tiempo perdido, fue tiempo aprendido. Llego la sanidad y maduraste. Gracias por eso”.
LA FUERZA DEL PASADO
El pasado es, sin duda, una fuerza poderosa. Nos moldea, deja huellas y lecciones imborrables. A través de nuestras experiencias, hemos aprendido y nos hemos fortalecido, incluso cuando los momentos han sido difíciles.
Sin embargo, aunque el pasado es una parte importante de nuestra historia, no tiene que ser el guion que determine cada paso que damos. Es fácil sentir que nuestras decisiones pasadas, los errores y las victorias, dictan quiénes somos hoy… pero eso no es definitivo:
“Lo cierto es que todos esos eventos son solo fragmentos de una imagen más grande, una imagen que tenemos la capacidad de construir y rediseñar constantemente”.
EL PODER DE ELEGIR QUIÉNES SOMOS
A medida que avanzamos, podemos tomar las piezas de nuestro pasado que nos fortalecen y nos dan sabiduría, y dejar atrás lo que nos pesa o nos última. Ser resiliente y consciente que cada día es una oportunidad para decidir qué parte de esa historia queremos llevar con nosotros y qué partes queremos dejar ir.
Este proceso de selección es profundamente transformador, pues nos permite reconocer nuestro poder para dar forma a nuestra identidad de forma consciente y proactiva.
No estamos obligados a cargar con las mismas inseguridades, miedos o limitaciones que alguna vez sentimos. Sí, el pasado nos dio ciertas creencias, algunas de ellas limitantes, pero tenemos el poder de cuestionarlas y construir nuevas perspectivas.
Ser conscientes de esto es empoderador, pues nos libera de la idea de que estamos condenados a ser solo el reflejo de lo que nos ocurrió alguna vez. Aceptamos que el pasado es una lección, pero no el destino final…
OJO: Pospuse la columna en la que les compartiré una vivencia que tuve a mediados de 2011, cuando conocí a Keenuane Umai, una maestra del corazón, quien me enseñó a sanear mi espacio, corazón y mente. Disculpen, olvidé la memoria USB donde la tenía ya escrita, pero se las comparto la próxima semana.
GRACIAS